lunes, 11 de abril de 2011

Confesiones ante el espejo...

En muchas ocasiones, nos miramos ante el espejo sin saber realmente si lo que vemos es un reflejo fiel de lo que queremos ser. En cambio, otras veces nos miramos temiendo ver que lo que se refleja sea exactamente aquello que somos. 

Sea cual sea la finalidad con la que nos miremos, siempre habrá alguien al que le resulte difícil aceptar lo que allí vea. ¿Cómo puede un objeto inanimado convertirse en tan tremendo enemigo? ¿Cómo un objeto tan solo refleja la realidad puede causar tantos estragos?

¿Puede haber peor sensación que levantarte un día, contento, con ganas de enfrentarte a la vida, con objetivos que llevar a cabo, y que todo ello se vea truncado en el momento en el que te desnudas frente al espejo para tomar una simple ducha? En el momento en el que ese espejo refleja aquello que eres, aquello que tanto temes ver cada día…

Día tras día, todo trascurre igual. Te das la ducha, rápidamente, para no tener que atender en exceso a aquella imagen que el espejo te devuelve, te vistes con tus mejores galas, te pones aquella máscara de indiferencia para aparentar que nada te importa, que nada de lo que la gente diga o piense te afecta,  sales a la calle dispuesto a comerte el mundo, dispuesto a llevar a cabo aquellos objetivos planteados en el momento en el que te habías levantado. Llega la prueba de fuego, y sales a la calle. Mientras bajas por el ascensor te mentalizas que nada ni nadie te pueden herir, ni con una risotada, ni con una mirada, ni con un cuchicheo.
Paseas por la calle de camino al metro, con la música de tu mp3 como banda sonora; con la música alta, tan alta como para acallar las voces de tu interior que te dicen que te estás engañándo a ti mismo, que estás viviendo una realidad que no quieres. Sigues caminando, y sigue sonando aquella música, aquella canción que te recuerda momentos de tu vida en los que por alguna razón sentías atisbos de felicidad en tu corazón. Un corazón que antes latía por vivir un futuro, por labrar un futuro, por ser alguien, y que ahora, solo late para tener energía para superar el día a día.

Llegas a tu destino, cuelgas tu abrigo, pero te dejas puesta la máscara que llevas desde que saliste de casa. Intentas llevar a cabo lo mejor que puedes tus tareas, y así va pasando  lentamente la jornada. Sientes como algunos, en el trascurso de tu día, te miran y hablan bajito, y tú piensas que todo es envidia, piensas que ya les gustaría a ellos, e incluso te ríes intentando adivinar las sandeces que estarán diciendo de ti. Pero dentro de ti, muy en el fondo de tú ser lloras, gritas e intentas controlar tus ideas. En el fondo piensas que te gustaría ser como ellos quieren que seas. Te gustaría ser una persona plana, sin ningún ápice de originalidad en tu personalidad, una persona más entre la multitud, vestido de una ingrata falsedad con la que lucir un aspecto perfecto, un aspecto que ni Adonis sería capaz de superar. Piensas en lo que serías capaz  de dar a cabio de esa belleza divina.

Apaciguas esa pena, ese sentimiento que aunque te cueste reconocer, te quema, te corta, te despedaza por dentro. Piensas para calmar esa pena en lo bonito que sería recibir en ese instante un mensaje de ánimo de esa persona que te ama, de esa persona que sería capaz de entregar todo por ti. Piensas lo bonito que sería llegar a casa y encontrar sentado en el sofá, esperándote con los brazos abiertos, a esa persona, que desea sobre todo en el mundo, el abrazarte y el quererte.

Qué gran poder el de esas dos palabras… que gran el poder de un TE QUIERO, que es capaz de cubrir todo el dolor que se siente, que es capaz de dar luz cuando todo es oscuridad.

Acabas el día y emprendes el camino a casa, vuelve a sonar esa canción, y por dentro vuelves a llorar, vuelves a gritar. De camino a casa te encuentras con alguien que hace amago de cruzar unas palabras contigo, pero estás tan desganado que agachas la cabeza y te limitas a saludar.

Llegas a casa, vuelves a colgar el abrigo, y ahora sí, te quitas esa máscara en la que a lo largo del día, se han ido posando todas aquellas lágrimas derramadas en tu interior. Miras los mensajes de tú contestador, y ves como tus amigos se han acordado de ti, como se preocupan por  ti, pero aun así te sientes solo; estás solo, cansado, y piensas que es el momento ideal para darte otra ducha. De repente, recuerdas que la ducha está custodiada por ese gran reto, por ese gran enemigo, EL ESPEJO. Sospesas las opciones y acabas pensando que mejor te das la ducha mañana por la mañana, y te sientas en la mesa, frente al ordenador. Lo enciendes y te preguntas si hoy será el día de conocer  alguien vía red que valga la pena, que sea capaz de darte aquello que anhelas, aquello que deseas. Te conectas cargado con una cierta ilusión, con una leve esperanza, pero pasan los minutos y nadie habla, ven tu foto y no dicen ni un mísero hola.

Con tu gozo en un pozo, apagas el ordenador, y te acuestas, pensando que al menos mientras duermes, nada ni nadie te va a poder atormentar de nuevo. Mientras intentas conciliar el sueño comienzas a pensar. En el fondo, sabes que tus pensamientos son el peor tormento que puedes sufrir. Vuelves a retomar esos pensamientos sobre la felicidad del amor, sobre cómo sería si fueses una más entre una multitud, y comienzas de nuevo a fustigarte a ti mismo, a despreciar cada milímetro de tú cuerpo, cada milímetro de tú piel. Piensas que realmente tu problema tiene una fácil solución, dura, pero fácil al fin y al cabo, aunque careces de valor y de fuerza de voluntad para poder llevarla a término. De repente, un pensamiento empieza a cobrar fuerza dentro de tu cabeza. Buscas una manera rápida de acabar con este sufrimiento, con este problema, que aunque no es aparente, te está matando. Comienzas a pensar sobre que pasaría si desaparecieses, si desaparecieses para siempre.

Piensas en el dolor que sentirían esas pocas personas a las que les importaría si desaparecieras; el dolor de tu familia, el dolor de tus amigos mientras se despiden de ti, las lágrimas que derramarían por ti, pero por otro lado ves el consuelo que supondría para ti el dejar de sufrir. El dejar de tener falsas esperanzas en el amor, en que algún día alguien será capaz de mirar más allá en ti, y se entregará en cuerpo y alma.

Te armas de valor y tomas la decisión, ahora, en este preciso momento, a esta hora todo este dolor acabará. Solo una cosa te separa del cometido: pasar delante del espejo para tomar ese bote de pastillas, esas pastillas que apagarán poco a poco aquella escasa luz que brilla en tu interior. Cruzas el pasillo y entras en la habitación. Enciendes la luz y recorres los escasos metros que te separan del armario donde están guardadas aquellas pastillas que, una tras otra, irán deslizando tu alma hacia lo que tú crees que será una vida mejor, una vida en la que no existe el dolor, o en la que tú crees que no existe el dolor. 

Paso tras paso te aproximas al espejo… llega el momento de verse reflejado… te miras… te miras y no te gusta lo que ves. Te despides de ti mismo con lágrimas en los ojos. Con suma rapidez coges el bote y sales despavorido de la habitación, cerrando la puerta tras de ti, como si esa puerta fuera capaz de contener a un fantasma que te persigue, como si fuera capaz de custodiar algo que te acecha.

Llegas a tu dormitorio y te acuestas en la cama, te acomodas, te preparas como si fueses a emprender el mayor y dulce de los sueños… y llega el momento… dudas por unos instantes, pero al final la desesperación se apodera de ti y rompes de nuevo en llanto.

Una a una tomas las pastillas…

Cada una de ellas supone un paso más que te acerca al descanso… que te acerca a la paz.

Tomas la última…

Mientras te vas apagando, un fogonazo de luz se abre paso en tu mente…  y descubres porque temes tanto al espejo… no temes al espejo, temes al mundo en si… ese mundo que se ha convertido en tu espejo particular, un espejo que se encarga de reflejar día a día como eres, lo que odias, lo que no tienes, lo que anhelas… con este descubrimiento una lágrima recorre tu mejilla, cierras los ojos con la esperanza de poder romper ese espejo…

Y te sumes en ese profundo y eterno sueño… por fin sientes la paz y el sosiego…

Sientes la paz…


3 comentarios:

  1. No puedes ni imaginar lo identificada que me sentí con el video la primera vez que lo escuché y ahora que lo leo se me vuelven a poner los pelillos de punta al verme plasmada en muchas de las frases. Afortunadamente, me mantengo alejada del bote de pastillas ;)
    Espero que sólo sean divagaciones, sinó aquí tienes a tus lectoras para apoyarte guapeton. Un besazo!

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  2. Hola!! No podía faltar que colgase el texto en mi blog... tenía que compartirlo con vosotros :) Yo, aunque no literal en todo, alguna vez también me he sentido identificado... pero sí, solo son divagaciones... Un besote enorme!! Gracias por comentar!! ^^

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  3. Nosotros damos poder a aquellos que nos observan y...

    ...no siempre son los demás los que crean un aislamiento:

    "De camino a casa te encuentras con alguien que hace amago de cruzar unas palabras contigo, pero estás tan desganado que agachas la cabeza y te limitas a saludar."

    A pesar de que todo sea oscuro, que no haya luz a la que podamos atisbar, al cerrar los ojos encuentras una que nunca se apaga, tú debes decidir si darle un soplido y seguir en la oscuridad o abrir los ojos y sacarla fuera.

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